Mi entrañable señor Cervantes
Esta es una entevista de Borges a Cervantes.
En
1968 Jorge Luis Borges pronunció, en inglés, esta conferencia sobre el
Quijote en la Universidad de Texas, Austin. El texto fue recobrado
recientemente por Julio Ortega
y Richard Gordon e incluido en un número monográfico de la revista
estadounidense Inti. Esta traducción, la primera que se hace al
castellano, fue publicada por la revista española Letra Internacional. Papel Literario
celebra el centenario del nacimiento de Borges con un número temático
que incluye, además, un ensayo de Atanasio Alegre, una selección de
retratos capturados por Enrique Hernández-D’Jesús, en 1982, y una
secuencia fotográfica de Eduardo Comesario.
Puede parecer una tarea estéril e ingrata discutir una vez más el tema de Don Quijote,
ya que se han escrito sobre él tantos libros, bibliotecas enteras,
bibliotecas aún más abundantes que la que fue incendiada por el piadoso
celo del sacristán y el barbero. Sin embargo, siempre hay placer,
siempre hay una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo. Y creo
que todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre
con todos los personajes de ficción. Supongo que Agamenón y Beowulf
resultan más bien distantes. Y me pregunto si el príncipe Hamlet no nos
hubiera menospreciado si le hubiéramos hablado como amigos, del mismo
modo en que desairó a Rosencrantz y Guildenstern. Porque hay ciertos
personajes, y esos son, creo, los más altos de la ficción, a los que con
seguridad y humildemente podemos llamar amigos. Pienso en Huckleberry
Finn, en Mr. Pickwick, en Peer Gynt y en no muchos más.
Pero ahora hablaremos de nuestro amigo Don Quijote. Primero digamos
que el libro ha tenido un extraño destino. Pues de algún modo, apenas
si podemos entender por qué los gramáticos y académicos le han tomado
tanto aprecio a Don Quijote. Y en el siglo XIX fue
alabado y elogiado, diría yo, por las razones equivocadas. Por ejemplo,
si consideramos un libro como el ejercicio de Montalvo, Capítulos que
se le olvidaron a Cervantes,
descubrimos que Cervantes fue admirado por la gran cantidad de
proverbios que conocía. Y el hecho es que, como todos sabemos, Cervantes
se burló de los proverbios haciendo que su rechoncho Sancho los
repitiera profusamente. Entonces, la gente consideraba a Cervantes un
escritor ornamental. Y debo decir que a Cervantes no le interesaba para
nada la escritura ornamental; la escritura refinada no le agradaba
demasiado, y leí en alguna parte que la famosa dedicatoria de su libro
al Conde de Lemos fue escrita por un amigo de Cervantes o copiada de
algún libro, ya que él mismo no estaba especialmente interesado en
escribir esa clase de cosas. Cervantes fue admirado por su «buen
estilo», y por supuesto las palabras «buen estilo» significan muchas
cosas. Si pensamos que Cervantes nos transmitió el personaje y el
destino del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, tenemos que
admitir su buen estilo, o, más bien, algo más que un buen estilo, porque
cuando hablamos de buen estilo pensamos en algo meramente verbal.
Me pregunto cómo hizo Cervantes para lograr ese milagro, pero de
algún modo lo logró. Y recuerdo ahora una de las cosas más notables que
he leído, algo que me produjo tristeza. Stevenson dijo: «¿Qué es el
personaje de un libro?». Y respondió: «Después de todo, un personaje es
tan sólo una ristra de palabras».
Es cierto, y sin embargo, lo consideramos una blasfemia. Porque
cuando pensamos, digamos, en Don Quijote o en Huckleberry Finn o en Peer
Gynt o en Lord Jim, sin duda no pensamos en ristras de palabras.
También podríamos decir que nuestros amigos están hechos de ristras de
palabras y, por supuesto, de percepciones visuales. Cuando en la ficción
nos encontramos con un verdadero personaje, sabemos que ese personaje
existe más allá del mundo que lo creó. Sabemos que hay cientos de cosas
que no conocemos, y que sin embargo existen. De hecho, hay personajes de
ficción que cobran vida en una sola frase. Y tal vez no sepamos
demasiadas cosas sobre ellos, pero, especialmente, lo sabemos todo. Por
ejemplo, ese personaje creado por el gran contemporáneo de Cervantes. Shakespeare:
Yorick; el pobre Yorick, es creado, diría, en unas pocas líneas. Cobra
vida. No volvemos a saber nada de él, y sin embargo sentimos que lo
conocemos. Y tal vez, después de leer Ulises, conocemos cientos de
cosas, cientos de hechos, cientos de circunstancias acerca de Stephen
Dedalus y de Leopold Bloom. Pero no los conocemos como a Don Quijote, de
quien sabemos mucho menos.
Ahora voy al libro mismo. Podemos decir que es un conflicto entre
los sueños y la realidad. Esta afirmación es, por supuesto, errónea, ya
que no hay causa para que consideremos que un sueño es menos real que el
contenido del diario de hoy o que las cosas registradas en el diario de
hoy. No obstante, como debemos hablar de sueños y realidad, porque
también podríamos, pensando en Goethe, hablar de Wahrheit und Dichtung,
de verdad y poesía. Pero cuando Cervantes pensó escribir este libro,
supongo que consideró la idea del conflicto entre los sueños y la
realidad, entre las proezas consignadas en los romances que Don Quijote
leyó y que fueron tomadas del Matière de Bretagne, del Matière France y
demás y la monótona realidad de la vida española a principios del siglo XVII.
Y encontramos este conflicto en el título mismo del libro. Creo que,
tal vez, algunos traductores ingleses se han equivocado al traducir El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha como The ingenious knight:
Don Quijote de la Mancha, porque las palabras «Knight» y «Don» son lo
mismo. Yo diría tal vez «the ingenious country gentleman», y allí está
el conflicto.
Pero, por supuesto, durante todo el libro, especialmente en la
primera parte, el conflicto es muy brutal y obvio. Vemos a un caballero
que vaga en sus empresas filantrópicas a través de los polvorientos
caminos de España, siempre apelado y en apuros. Además de eso,
encontramos muchos indicios de la misma idea. Porque por supuesto,
Cervantes era un hombre demasiado sabio como para no saber que, aun
cuando opusiera los sueños y la realidad, la realidad no era, digamos,
la verdadera realidad, o la monótona realidad común. Era una realidad
creada por él; es decir, la gente que representa la realidad en Don
Quijote forma parte del sueño de Cervantes tanto como Don Quijote y sus
infladas ideas de la caballerosidad, de defender a los inocentes y
demás. Y a lo largo de todo el libro hay una suerte de mezcla de los
sueños y la realidad.
Por ejemplo, se puede señalar un hecho, y me atrevo a decir que ha
sido señalado con mucha frecuencia, ya que se han escrito tantas cosas
sobre Don Quijote. Es el hecho de que, tal como la gente habla todo el
tiempo del teatro en Hamlet, la gente habla todo el tiempo de libros en
Don Quijote. Cuando el párroco y el barbero revisan la biblioteca de Don
Quijote, descubrimos, para nuestro asombro, que uno de los libros ha
sido escrito por Cervantes, y sentimos que en cualquier momento el
barbero y el párroco pueden encontrarse con un volumen del mismo libro
que estamos leyendo. En realidad eso es lo que pasa, tal vez lo
recuerden, en ese otro espléndido sueño de la humanidad, el libro de Las
mil y una noches. Pues en medio de la noche Scherezade empieza a contar
distraídamente una historia y esa historia es la historia de
Scherezade. Y podríamos seguir hasta el infinito. Por supuesto, esto se
debe a, bueno, a un simple error del copista que vacila ante ese hecho,
si Scherezade contando la historia de Scherezade es tan maravilloso como
cualquier otro de los maravillosos cuentos de las Noches.
Además, también tenemos en Don Quijote el hecho de que muchas
historias están entrelazadas. Al principio podemos pensar que se debe a
que Cervantes puede haber pensado que sus lectores podrían cansarse de
la compañía de Don Quijote y de Sancho y entonces trató de entretenerlos
entrelazando otras historias. Pero yo creo que lo hizo por otra razón. Y
esa otra razón sería que esas historias, la Novela del curioso
impertinente, el cuento del cautivo y demás, son otras historias. Y por
eso está esa relación de sueños y realidad, que es la esencia del libro.
Por ejemplo, cuando el cautivo nos cuenta su cautiverio, habla de un
compañero. Y ese compañero, se nos hace sentir, es finalmente nada menos
que Miguel de Cervantes Saavedra, que escribió el libro. Así hay un
personaje que es un sueño de Cervantes y que, a su vez, sueña con
Cervantes y lo convierte en un sueño. Después, en la segunda parte del
libro, descubrimos, para nuestro asombro, que los personajes han leído
la primera parte y que también han leído la imitación del libro que ha
escrito un rival. Y no escatiman juicios literarios y se ponen del lado
de Cervantes. Así que es como si Cervantes estuviera todo el tiempo
entrando y saliendo fugazmente de su propio libro y, por supuesto, debe
haber disfrutado mucho de su juego.
Por supuesto, desde entonces otros escritores han jugado ese juego
(permítanme que recuerde a Pirandello) y también una vez lo ha jugado
uno de mis escritores favoritos, Henrik Ibsen. No sé si recordarán que
al final del tercer acto de Peer Gynt hay un naufragio. Peer Gynt está a
punto de ahogarse. Está por caer el telón. Y entonces Peer Gynt dice:
«Después de todo, nada puede ocurrirme, porque, ¿cómo puedo morir al
final del tercer acto?». Y encontramos un chiste similar en uno de los
prólogos de Bernard Shaw. Dice que de nada le serviría a un novelista
escribir «se le llenaron los ojos de lágrimas, pues vio que a su hijo
sólo le quedaban unos pocos capítulos de vida». Y yo diría que fue
Cervantes quien inventó este juego. Salvo que, por supuesto, nadie
inventa nada, porque siempre hay algunos malditos antecesores que han
inventado muchísimas cosas antes que nosotros.
Entonces tenemos en Don Quijote un doble carácter. Realidad y
sueño. Pero al mismo tiempo Cervantes sabía que la realidad estaba hecha
de la misma materia que los sueños. Es lo que debe haber sentido. Todos
los hombres lo sienten en algún momento de su vida. Pero él se divirtió
recordándonos que aquello que tomamos como pura realidad era también un
sueño. Y así todo el libro es una suerte de sueño. Y al final sentimos
que, después de todo también nosotros podemos ser un sueño.
Y hay otro hecho que me gustaría recordarles: cuando Cervantes
habló de La Mancha, cuando habló de los caminos polvorientos, de las
posadas de España a principios del siglo XVII,
pensaba en ellas como cosas aburridas, como cosas muy ordinarias. Algo
muy semejante sentía Sinclair Lewis al hablar de Main Street, y cosas
así. Y sin embargo ahora palabras como La Mancha tienen una
significación romántica porque Cervantes se burló de ellas.
Y hay otro hecho que me gustaría recordarles. Cervantes, como él
mismo dijo dos o tres veces, quería que el mundo olvidara los romances
de caballería que él acostumbraba leer. Y sin embargo si hoy se
recuerdan nombres tales como Palmerín de Inglaterra, Tirant lo Blanc,
Amadís de Gaula y otros, es porque Cervantes se burló de ellos. Y de
algún modo esos nombres ahora son inmortales. Entonces uno no debe
quejarse si la gente se ríe de nosotros, porque por lo que sabemos, esa
gente puede inmortalizarnos con su risa.
Por supuesto, no creo que tengamos la suerte de que se ría de
nosotros un hombre como Cervantes. Pero seamos optimistas y pensemos que
podría ocurrir.
Y ahora llegamos a otra cosa. Algo que es tal vez tan importante
como otros hechos que ya les he recordado. Bernard Shaw dijo que un
escritor sólo podía tener tanto tiempo como el que le diera su poder de
convicción. Y, en el caso de Don Quijote, creo que todos estamos seguros
de conocerlo. Creo que no hay duda posible de nuestra convicción en
cuanto a su realidad. Por supuesto, Coleridge escribió sobre una
voluntaria suspensión del descreimiento. Ahora me gustaría entrar en
detalles acerca de mi afirmación.
Creo que todos nosotros creemos en Alonso Quijano. Y, por raro que
parezca, creemos en él desde el primer momento en que nos es presentado.
Es decir, desde la primera página del primer capítulo. Y sin embargo,
cuando Cervantes lo presentó ante nosotros, supongo que sabía muy poco
de él. Cervantes debe haber sabido tan poco como nosotros. Debe haber
pensado en él como héroe, o como el eje de una novela de humor, pero no
se ve ningún intento de entrar en lo que podríamos llamar su psicología.
Por ejemplo, si otro escritor hubiera tomado el tema de Alonso Quijano,
o de cómo Alonso Quijano se volvió loco por leer demasiado, hubiera
entrado en detalles acerca de su locura. Nos hubiera mostrado el lento
oscurecimiento de su razón. Nos hubiera mostrado cómo todo empezó con
una alucinación, cómo al principio jugó con la idea de ser un caballero
errante, cómo por fin se lo tomó en serio, y tal vez todo eso no le
hubiera servido de nada a ese escritor. Pero Cervantes meramente nos
dice que se volvió loco. Y nosotros le creemos.
Ahora bien, ¿qué significa creer en Don Quijote? Supongo que
significa creer en la realidad de su personaje, de su mente. Porque una
cosa es creer en un personaje, y otra muy diferente es creer en la
realidad de las cosas que le ocurrieron. En el caso de Shakespeare es
muy claro. Supongo que todos creemos en el príncipe Hamlet, que todos
creemos en Macbeth. Pero no estoy seguro de que las cosas ocurrieran tal
como Shakespeare nos cuenta en la corte de Dinamarca, ni tampoco que
creemos en las tres brujas de Macbeth.
En el caso de Don Quijote, estoy seguro de que creemos en su
realidad. No estoy seguro -tal vez sea una blasfemia, pero después de
todo, estamos hablando entre amigos, les estoy hablando a todos ustedes;
es algo diferente, ¿no?, estoy hablando en confianza-, no estoy del
todo seguro de que creo en Sancho como creo en Don Quijote. Pues a veces
siento, que pienso en Sancho como un mero contraste de Don Quijote. Y
después están los otros personajes. Me parece que creo en Sansón
Carrasco, creo en el cura, en el barbero, tal vez en el duque, pero
después de todo no tengo que pensar mucho en ellos, y cuando leo Don
Quijote tengo una sensación extraña. Me pregunto si compartirán esta
sensación conmigo. Cuando leo Don Quijote, siento que esas aventuras no
están allí por sí mismas. Coleridge comentó que cuando leemos Don
Quijote nunca nos preguntamos «¿y ahora qué sigue?», sino que nos
preguntamos qué ocurrió antes, y que estamos más dispuestos a releer un
capítulo que a continuar con uno nuevo.
¿Cuál es la causa? La causa, supongo, es que sentimos, al menos yo
siento, que las aventuras de Don Quijote son meros adjetivos de Don
Quijote. Es una argucia del autor para que conozcamos profundamente al
personaje. Es por eso que libros como La ruta de Don Quijote, de Azorín, o la Vida de Don Quijote y Sancho
de Unamuno, nos parecen de algún modo innecesarios. Porque toman las
aventuras o la geografía de las historias demasiado en serio. Mientras
que nosotros realmente creemos en Don Quijote y sabemos que el autor
inventó las aventuras para que nosotros pudiéramos conocerlo mejor.
Y no sé si esto no es cierto con respecto a toda la literatura. No
sé si podemos encontrar un solo libro, un buen libro, del que aceptemos
el argumento aunque no aceptemos a los personajes. Creo que eso no
ocurre nunca, creo que para aceptar un libro tenemos que aceptar a su
personaje central. Y podemos pensar que estamos interesados en las
aventuras, pero en realidad estamos más interesados en el héroe. Por
ejemplo, aun en el caso de otro gran amigo nuestro -y le pido disculpas a
él y ustedes por no haberlo mencionado-, Mr. Sherlock Holmes, no sé si
creemos verdaderamente en El perro de los Baskerville. No lo creo, al
menos yo creo en Sherlock Holmes, creo en el Dr. Watson, creo en esa
amistad.
Y lo mismo ocurre con Don Quijote. Por ejemplo, cuando cuenta las
extrañas cosas que vio en la cueva de Montesinos. Y sin embargo, yo
siento que él es un personaje muy real. Las historias no tienen nada
especial, no se ve ninguna ansiedad especial en la urdimbre que las une,
pero son, en cierto sentido, como espejos, como espejos en los que
podemos ver a Don Quijote. Y sin embargo, al final, cuando él vuelve,
cuando vuelve a su pueblo natal para morir, sentimos lástima de él
porque tenemos que creer en esa aventura. El siempre había sido un
hombre valiente. Fue un hombre valiente cuando le dijo estas palabras al
caballero enmascarado que lo derribó: «Dulcinea del Toboso es la dama
más bella del mundo, y yo el más miserable de los caballeros». Y sin
embargo, al final, descubrió que toda su vida había sido una ilusión,
una necedad, y murió de la manera más triste del mundo, sabiendo que
había estado equivocado.
Ahora llegamos a lo que tal vez sea la escena más grande de ese
gran libro: la verdadera muerte de Alonso Quijano. Tal vez sea una
lástima que sepamos tan poco de Alonso Quijano. Sólo nos es mostrado en
una o dos páginas antes de que se vuelva loco. Y sin embargo, tal vez no
sea una lástima, porque sentimos que sus amigos lo abandonaron. Y
entonces también podemos amarlo. Y al final, cuando Alonso Quijano
descubre que nunca ha sido Don Quijote, que Don Quijote es una mera
ilusión, y que está por morirse, la tristeza nos arrasa, y también a
Cervantes.
Cualquier otro escritor hubiera cedido a la tentación de escribir
un «pasaje florido». Después de todo, debemos pensar que Don Quijote
había acompañado a Cervantes muchos años. Y, cuando le llega el momento
de morir, Cervantes debe haber sentido que se estaba despidiendo de un
viejo y querido amigo. Y, si hubiera sido peor escritor, o tal vez si
hubiera sentido menos pena por lo que estaba pasando, se hubiera lanzado
a una «escritura florida».
Ahora estoy al borde de la blasfemia, pero creo que cuando Hamlet
está por morir, creo que tendría que haber dicho algo mejor que «el
resto es silencio». Porque eso me impresiona como escritura florida y
bastante falsa. Amo a Shakespeare, lo amo tanto que puedo decir estas
cosas de él y esperar que me perdone. Pero bien, también diré: Hamlet,
«el resto es silencio»... no hay otro que pueda decir eso antes de
morir. Después de todo, era un dandy y le encantaba lucirse.
Pero en el caso de Don Quijote, Cervantes se sintió tan sobrecogido
por lo que estaba ocurriendo que escribió: «El cual entre suspiros y
lágrimas de quienes lo rodeaban», y no recuerdo exactamente las
palabras, pero el sentido es «dio el espíritu, quiero decir que se
murió». Ahora bien, supongo que cuando Cervantes releyó esa oración debe
haber sentido que no estaba a la altura de lo que se esperaba de él. Y
sin embargo, también debe haber sentido que se había producido un gran
milagro. De algún modo sentimos que Cervantes lo lamenta mucho, que
Cervantes está tan triste como nosotros. Y por eso se le puede perdonar
una oración imperfecta, una oración tentativa, una oración que en
realidad no es imperfecta ni tentativa sino un resquicio a través del
cual podemos ver lo que él sentía.
Ahora, si me hacen algunas preguntas trataré de responderlas.
Siento que no he hecho justicia al tema, pero después de todo, estoy un
poco conmovido. He vuelto a Austin después de seis años. Y tal vez ese
sentimiento ha superado lo que siento por Cervantes y por Don Quijote.
Creo que los hombres seguirán pensando en Don Quijote porque después de
todo hay una cosa que no queremos olvidar: una cosa que nos da vida de
tanto en tanto, y que tal vez nos la quita, y esa cosa es la felicidad.
Y, a pesar de los muchos infortunios de Don Quijote, el libro nos da
como sentimiento final la felicidad. Y sé que seguirá dándoles felicidad
a los hombres. Y para repetir una frase trillada y famosa, pero por
supuesto todas las expresiones famosas se vuelven trilladas: «Algo bello
es una dicha eterna». Y de algún modo Don Quijote -más allá del hecho
de que nos hemos puesto un poco mórbidos, de que todos hemos sido
sentimentales con respecto a él- es esencialmente una causa de dicha.
Siempre pienso que una de las cosas felices que me han ocurrido en la
vida es haber conocido a Don Quijote.
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